Desde la panza

©Brendaliz Figueroa, mayo 2010

Al principio era un punto invisible. Unas semanas más tarde, se veía la mancha en donde iba a estar el saco que me albergaría. Pronto yo era una habichuelita, y en cosa de nada ya era un aguacate.  Eso escuchaba decir a mi mamá.

Decidí empezar a moverme con fuerza para asegurarle a mami que estaba allí adentro, flotando como una nube. Sólo ella lo sentía. Papi trataba de verme y sentirme pero tenía que esperar más. Mamá era la única afortunada. Se lo merecía por cargarme y cuidarme.

Ese privilegio y esa primicia eran nuestra comunicación secreta. Papi también quería verme y sentirme, así es que pronto lo deleité deformando la barriga de mamá, y dándole sustos con tanta voltereta inesperada.

Fui creciendo, y el espacio se me redujo. Me convertí en un melón (o en un coco con cuerpo). Me entretuve pateando, manoteando, comiéndome el puño y dando vueltas, hasta que un día me puse de cabeza y me quede así durante un tiempo, como una piña.

Me acabo de dar cuenta de que mi mamá siempre me ha llamado con nombres de comestibles. Ahora se pasa diciendo que quiere comerme. ¿Ella siempre tiene hambre?

Ocupé toda la panza de mami. Estaba rellenita. Nunca dejé de moverme, aunque tuviera poco espacio. A veces parecía que me quería salir en cualquier momento, pero a la hora de parir, me di tremendo puesto.

Nací cuando me dio la gana. Tan pronto nací, mi papá me susurró unos sonidos al oído, y cuando me pusieron en los brazos de mami, escuché “hola, soy tu mamá”. Desde ese momento he pensado: “En la panza ya era muy feliz, por eso tardé tanto en salir, pero aquí  estoy rodeado de mucho amor y mucha gente buena. Qué bueno es aquí afuera”.

5 de mayo de 2010

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  1. hermoso….esa Conexión que tenemos es el mejor privilegio de la vida…y lo bonito es que continúa de por vida.

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