Cero Pudor
Cero Pudor
©Brendaliz Figueroa, marzo 2010
Todo comenzó con las visitas frecuentes a la oficina de las ginecólogas-obstetras. Ya al final del embarazo uno va tanto, que no le queda más remedio que abrir las piernas y olvidarse del resto.
En casos como el mío, que intenté parir durante tres días, comencé bien pudorosa y tapadita el primer día. Ya al momento de los últimos pujos tenía un batallón de gente ahí mirando el acontecimiento.
Yo no sabía quién era la mitad de aquel gentío, todos mirando como si yo tuviera un televisor allí abajo.
La cosa continuó cuando, provocado por la falta de sueño, me volví como loca y salí en “nursing bra” a la marquesina y saludé a la vecina como si nada. Mi hijo tendría par de días para ese entonces. Yo me imagino que ella pensó que yo no tenía vergüenza. Sí, todavía me queda algo de eso. Lo que no tengo es cabeza. Por eso no me di cuenta de que no estaba vestida.
Por eso, como he perdido de todo un poco, mi pudor exagerado de antes desapareció, y ahora me saco leche en el carro mientras guío, y no me importa si alguien mira.
He ido más lejos: me he sacado leche en el carro de compañeras/amigas, mientras ellas guían de camino a algún lugar a almorzar… Relaaaaaxxx!
Pensándolo bien, supongo que en nuestro viaje a Alemania, cuando mi hijo tenía seis semanas, habré dejado boquiabiertos a decenas de camioneros que sin duda alguna nunca habían visto busto con pigmentación, y mucho menos expuesto, pegado a un “chupatetas” en medio de la autopista.
18 de marzo de 2010