Días “retantes”

©Brendaliz Figueroa, 9 de noviembre de 2010

Admito que quería escribir “días difíciles”, pero para evitar sonar negativa, utilicé la palabra retante. Qué “cute” yo.  Sí, ajá, si alguien me viera el semblante, lo menos que pensaría es que soy “cute” o algo parecido a eso.

Hoy es uno de esos días en que piensas que debes acostarte y comenzar el día de nuevo, o mejor aún, levantarte el día siguiente. De ayer para hoy mi hijo lloró, lo que significa que desde que comenzó el día de hoy martes, a las 12:01am, tomé varias siestas de pocos minutos hasta las 5:30am. No pude dormir mucho.

Con el alma casi desprendida del cuerpo, hice lo mismo de todos los días y algo nuevo, que nunca hacía (hasta hoy): echarme gotas en los ojos para no ir al trabajo con mirada de drogadicta o alcohólica.

El día transcurrió de lo más normal (dentro de lo posible) hasta que decidí salir en mi hora de almuerzo a hacer unas diligencias. Durante la primera gestión me fue de maravilla. Prueba superada. En la segunda fue que la puerca entorchó el rabo: recibí un bofetón de mal servicio y tremenda ineptitud cuando quise pagar dos tristes productos de limpieza en una tienda que ni mencionaré. Por poco me salen raíces haciendo la fila para pagar. Bueno que me pase, por estúpida.

Por la tarde se rajó el cielo, lo que inmediatamente provocó tremenda congestión vehicular por todos lados. Sí, porque aquí llueve pega.  Si no lo sabían, se los informo: aquí llueve pega, y punto. Tardé una hora en llegar a mi casa, sin mi hijo, por supuesto, porque el cuido no va a abrir horas extras por mí, por linda o por “nice”.

Aquí fue que se puso buena la cosa. Mi hijo me recibió con vítores y se me enganchó como un koala. Yo muy feliz, sin duda alguna. Comencé a hacer todo con él encajado en mi cadera, ya que no quería que lo soltara. Empecé a deformarme y a intentar resolver para sentarnos a comer. El chico abrió la boca, pero no para comer sino  para gritar y decir que no. Intenté darle opciones variadas, y a todo decía que no. Tenía comida por el pelo, la cara, el cuello y áreas adyacentes.

Me transformé, perdí la paciencia y me convertí en muda. Mientras tanto, el muchachito llenaba la casa de llanto y gritos.

Necesité silencio y paz. Está claro que no encontré ninguna de esas dos cosas.  Estaba molesta y todo. Me imagino que si hubiese dormido anoche, hubiese tenido más tolerancia hoy.

La paciencia es una gran y necesaria virtud. A veces pienso que es un don con el que no nací.

Gracias a Dios lo mejor que existe es un día después del otro. Me voy a dormir. Espero lograrlo.

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