De viaje – parte 2 (2/2)

© 2012 – Brendaliz Figueroa Guzmán

Séptimo viaje (mayo 2012) – Faltando tres meses y medio para el tercer cumpleaños de mi hijo, nos fuimos para Alemania y España. No íbamos solos esta vez, sino con una pareja de amigos (con su hijo de 9 años) y nuestros compadres con nuestro ahijado (de 4 años).

Sí, tremenda aventura. No sabíamos cómo iba a ser eso. Por suerte todo salió bien, o al menos mucho mejor de lo que yo imaginaba.

El vuelo era directo. Yes, nueve horas y media en el avión. Para mi sorpresa, mi hijo se portó como un general. Sentado, con el cinturón de seguridad puesto…ningún “issue”.  Lo único fue que no durmió,así es que, su mamá estuvo despierta todo el vuelo. Llegamos a Alemania y allá eran las 9:00am. Claro que tan pronto alquilamos el carro y arrancamos, él cayó como yuca, y yo como  “zombie” paseando  por Heidelberg.

Por lo menos durmió poco, recargó baterías rápido, vio Heidelberg y esa y todas las noches durmió en horario europeo. De hecho, era el que más tarde se dormía (y casi siempre el que más temprano se levantaba).

El primer día en Alemania, mi hijo, que como dije en la primera parte de De Viaje – parte 2(1/2) habla alto y claro, se le paró de frente a un hombre y le preguntó “mira, ¿qué tú haces?”. El hombre no tuvo más remedio que sonreirle, porque claro, no lo entendió. También fue evidente que el volumen de mi hijo no es normal en Alemania.

A los 4 ó 5 días en Alemania volamos a Barcelona. Ahí sí que el muchacho botó la bola. Nos hizo una clase de espectáculo en el avión, justo antes de despegar.  El descontrol fue tal que sudé, perdí el control y solicité relevo a su padre. Fue de esos momentos en los que uno piensa que quiere exprimirle el brazo o pellizcarlo disimuladamente para ver si reacciona. Tuve que respirar profundo más de una vez. La azafata vino, muy graciosita con su “z”: ” ¿Qué le paza al peque? Tienez que zentarte para poder dezpegar”.

Le dije al oído (a mi hijo) que yo estaba grandecita para regaños, porque claro, el regaño fue para mí, ya que él con sus gritos de demente no la escuchó. Pero lo que realmente sentí fueron ganas de decirle a ella que si dejaban de contarnos uno a uno por vez # 20 y arrancábamos ya, quizás se acababa el “show”. Bien se portó él sentando en el avión tanto tiempo sin despegar. Hasta los adultos estábamos cansados ya, y ellos seguían pasando y contándonos uno a uno.  No les recomiendo la aerolínea “Vueling”. Es fatal. Son lentos para todo.

Estuvimos dos días en Barcelona, y de ahí fuimos en auto hasta Valencia.

El camino estuvo interesante, sobre todo cuando mi hijo empezó a decir que tenía que hacer caca. Guiábamos y guiábamos y no aparecía un baño, mientras él ya casi lloraba diciendo que tenía que ir a hacer caca. Terminamos parándonos en el “paseo”, improvisando un “booth” abriendo las dos puertas del carro, y recostando las nalgas del nene en el borde del carro. Ese era el “baño”. En cosa de nada aquel muchacho hizo lo suyo como un campeón. Estaba feliz, y lo entiendo. Me dio un poco de pena dejar la caca allí, así es que mi comadre me dio una bolsa “ziploc”, y yo, entre lo abrumada y el “cui cui cuí” de la cagada en pleno expreso, cogí la caca con los “wipes” y los metí en la bolsa “ziploc” en lugar de llevarme los “wipes” cagados y tirar la caca para la grama. Era como si me estuviera llevando tremendo “souvenir”; “hecho en España”. Creo que quien más se rió fue mi comadre. Gracias a ella fue que me di cuenta de lo que estaba haciendo, e intercambié la caca con los “wipes” sucios, que nos acompañaron hasta la próxima parada, donde pudimos botarlos apropiadamente.

De Valencia fuimos a Tarragona y Monserrat.  Luego de regreso a Barcelona para volar a Alemania.

Esperando el vuelo para Alemania obtuvimos buen “review” de un sociólogo que daba clases en no sé qué universidad. Estuvo mirando a los nenes mientras jugaban con unos carritos y le dijo  a mi compadre que los había estado observando porque le parecía que lo habíamos hecho muy bien, dejándolos jugar y ser ellos, etc.  Qué suerte que nos vio cuando todos estábamos relajados y no había mucho estrés. Hasta ahí se había portado bien el chico.

En el vuelo de España a Alemania  se portó regu regu. Ya no recuerdo qué hizo pero también jorobó para despegar y estuvo bastante imprudente durante todo el vuelo. Y para cerrar con broche de oro, justo cuando avisan que estamos descendiendo, que nadie se puede parar, él dice que tiene que ir al baño. Por suerte esta vez era a orinar. Faltaban como veinte minutos para aterrizar, así es que, con botellita de agua en mano, le bajé los calzones al nene como pude,  sentado y amarrado en la silla, y pudo orinar (dentro de la botella).

No sé qué hubiese hecho si era nena. Bueno, sí, se hubiese orinado encima y la hubiese  tenido que cambiar de ropa cuando llegáramos al aeropuerto.

En Alemania fuimos a una boda. En la misa al nene le dio con hacer caca, y no tuvo reparos en decir “tengo que hacer caca” a toda boca cuando había silencio sepulcral en la iglesia. No lo dijo una vez ni dos, sino varias. Y aunque los alemanes que estaban allí no sabían español, “caca” es caca para los alemanes como para nosotros, aunque la palabra correcta allá sea otra. Es decir, que todo el mundo entendió lo que él decía.

Tuve que darle el “cue” a mi esposo para que lo llevara al baño inmediatamente y la gente dejara de mirarnos y sonreir. Creo que él pensaba que como siempre, yo lo iba a llevar al baño, pero esta vez no fue así.

En la recepción de la boda se divirtió de lo lindo jugando con una nena de 12 años que parecía un nene. No se cansaba de referirse a ella diciendo “él”, por más que le aclaré 200 veces que era una nena y que se llamaba Pauline. La barrera del idioma me salvó de esa. Uf! Por lo demás, Pauline y él se entendieron de lo más bien por buen rato.

En el vuelo de Alemania a Puerto Rico, que también fue directo, no tuvimos problemas, espectáculos ni llantos al momento de despegar. El niño tampoco sintió ganas de dormir, gracias a lo que leí tres revistas y vi dos películas, además de ir al baño con él como 9 veces sin exagerar. Cuando faltaba una hora y media para llegar a nuestro destino, cayó rendido. Qué alivio. No dormí pero al menos pude descansar y cerrar los ojos. Sí, porque con un niño despierto en un avión no hay quién pegue un ojo. Ah, sí, mi esposo; no pegó uno, sino que  parece que se le pegaron los dos por buen rato.

Y parece que lo de mi hijo es viajar, porque en dos días ya se había curado del “jetlag” y regresó a su horario regular como si nada.

A cada rato nos dice que se quiere ir en avión. ¿Qué es lo de él? Si les digo, es que este nene ha viajado casi tantas veces como yo, que tengo unos cuantos añitos más que él.

¿Que si se puede viajar con niños pequeños e ir a sitios lejos? Sí, se puede.

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21 de julio de 2012

 

 

 

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