Eran las cinco de la mañana…

©Brendaliz Figueroa, abril 2010

Mi hijo como campana, bien despierto. Ni modo. Me levanté y lavé sus botellas y envases de comida porque anoche no teníamos agua en casa. Preparé todo, me bañé, salí para el pediatra antes de las 7:00am. Se fue el preciado líquido nuevamente.

(Cabe resaltar que el día que se fue el agua era la fecha límite para pagar las planillas. Gran día para quedarnos sin agua, metiendo el dedo en la llaga, recordándonos-en muy mal momento- que aquí se paga y se paga por una infraestructura muy pobre para lo caro que es todo).

Joshua se lució con la doctora, enseñándole todo lo que sabe hacer, todos los ruidos que puede emitir y mostrando todos sus dientes. (Ya son cuatro afuera, y dos en camino).

Le hizo el día a un niño de seis años y su mamá en la sala de espera de la pediatra.

Fuimos a la farmacia y se rió con todos los empleados, y aún no eran ni las 8:00am. ¿Qué sabe él de horarios? Ojalá todo el mundo fuera así de feliz a esa hora). Obtuvo toda la atención en la fila para pagar.

De camino al carro una señora se paró a ayudarme con los paquetes. Joshua le dio las gracias con una sonrisa.

Antes de las 8:10am ya había escuchado “qué lindo”, “qué simpático”, “qué bello”, “que Dios te lo cuide”,  como 20 veces.

Este nene es increíblemente feliz, y su mamá da gracias a Dios todos los días.

16 de abril de 2010

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  1. Es que él es un chiste con todo. Hasta para cuestionar a uno.

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