7 de abril de 2010

Cada día mi hijo se encarga de recordarme el milagro de la vida. Ya tiene siete meses y una semana, y todavía me maravillo al pensar que ese niño creció dentro de mí, que nació de mí, que con algo de esfuerzo y empeño pude sacarlo de mi cuerpo como la Naturaleza dispuso que debía ser.

Tengo que agradecer que es saludable, fuerte y muy alegre. Son muy pocas las veces que llora o está de mal humor, y si eso sucede es básicamente por hambre o sueño, asuntos que se resuelven enseguida.

Esos ojazos que tiene y esa sonrisa tan linda con la que me saluda todas las mañanas, hacen que uno se sienta renovado enseguida, aunque mientras lo apretujo, lo beso y juego con él sienta que tengo plomo en los párpados, del cansancio con el que vivo. No importa. Cada vez que pienso en él me convenzo más de que mi hijo ha sido mi mejor producción.

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  1. Casi lloro con este. Comparto el sentimiento, muy bello, casi inexplicable. Nunca pensé que podría querer a alguien más que a mí misma, hasta que llegó mi hijo.

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