© 2019 Brendaliz Figueroa Guzmán
Mi hijo va al dentista desde los seis o siete meses. Sí, no exagero, a los 6 meses tenía bastantes dientes, y lo llevé según recomendado. No sé cuántos eran, pero el día que cumplió un año tenía más dientes que meses de vida; 13 versus 12.
He sido consistente, y ha visitado el dentista sin falta dos veces al año. La primera vez que tuvo una caries, se la trabajaron y ni me enteré. Tenía 5 o 6 años. Me quedé afuera en la sala de espera, y ni ji hizo. Cuando terminaron, salió como si nada. Yo feliz, porque aunque nunca le he temido al dentista, puedo entender que otras personas sí. El ruido de los utensilios no es “cool”.
Bueno, pues hasta el sol de hoy nos ha tocado ir de nuevo varias veces; todas ellas con finales felices y exitosos…hasta una de las veces más recientes, en la que tuvieron que trabajarle una caries. ¡Ay, mamá, qué clase de espectáculo! ¿Quién era aquel niño? Le dio un ataque de pánico que yo jamás había tenido el “honor” de presenciar. Cristo amado, ¿qué carajo era aquello? El muchachito temblaba, lloraba, sudaba, se tapaba la cara… Me daba un poco de vergüenza y de lástima a la vez. Yo también sudaba. Intenté calmarlo, pero no escuchaba ni razonaba. La dentista, a quien de repente también vi con personalidad múltiple, me mostró su lado menos “sweet” y se puso “fuertecita”, diciéndole que así no podría trabajar en su diente.
Ja, y esta que está aquí, que llevaba un par de horas esperando por la intervención, ni pa’l carajo se iba a ir así de tranquila. “No, m’ijo, no, abres esa boca y te calmas o mira a ver…” (eso era lo que pensaba; no se lo dije de esa manera). Lo que sí dije fue “eeee, permiso, doctora, ¿qué se hace en estos casos?, porque yo no vuelvo de nuevo para esto. Es hoy, sí o sí”. “Bueno, mamá, así no lo puedo trabajar…”, me dijo. “Sٌí, yo sé, pero usted es la experta aquí, dígame…”
Reconocer a la persona, validar sus credenciales, estudios y ejecutorias, además de empoderarla funciona brutal…o eso quiero creer, porque según yo, no sé ni cómo, poco a poco el niño fue cediendo, y de repente le trabajaron el diente en cosa de unos breves minutos. No recuerdo qué de todo lo que dije fue lo que funcionó, (si algo). Quizás estaba cansado de luchar, y su cuerpo y su mente se dieron por vencidos. No lo sé.
Entonces, a fin de cuentas, tengo la misma pregunta: ¿Qué hacer para que tu hijo no tenga miedo de ir al dentista? Ja, ja, ja… ¡Cuéntame!