Teta en Alemania vs. teta en Puerto Rico

© Brendaliz Figueroa Guzmán

Cuando viví en Alemania, una pareja de buenas amistades tuvo una bebé. Una de las primeras veces que los visitamos -porque nos invitaron, no porque sea una impertinente-, cuando la recién nacida lloró porque tenía hambre, la madre abandonó la mesa del comedor y se fue bastante lejos.

Yo no sabía si era mi tono de voz (que obviamente es muy alto para los alemanes) o qué la hizo alejarse, pero ellos, al ver mi cara de desasosiego, fueron tan amables de explicarnos que la bebé necesitaba silencio y paz cuando tomaba leche, que eso era mejor para la mamá y para la nena.  Yo en aquel entonces no era madre, por lo que les di el beneficio de la duda. Además, a fin de cuentas, cada madre cría y lacta como quiere, y eso no era asunto mío.

Varios años más tarde llego yo de sorpresa a Alemania con mis “tetas no silenciosas”  y mi muchachito recién nacido (de seis semanas,para ser más específica, y dicho sea de paso, antes de ese viaje fuimos los tres a Nueva York) , en un frío otoño… Fuimos de casa en casa, de hotel en hotel, de ciudad en ciudad. Creo que cuando los papás de mi esposo abrieron la puerta no podían creer que una mujer viajara con su hijo tan pequeño. Ellos ni nadie podían entender semejante hazaña. Que conste que para mí no era una hazaña, pero para ellos sí lo era.

Cada vez que me disponía a lactar, las mujeres me ofrecían cuartos oscuros, silenciosos, distancia, paz…etc. La primera vez que insistieron en brindarme privacidad, por un segundo sentí la tentación de preguntar por qué me ofrecían eso, por si acaso era que la turbidez mental que llega de regalo con la maternidad me hubiese afectado, o que hubiese dejado de entender bien el idioma alemán. Hello, yo lacté a ese nene en oficinas médicas, en la oficina del Registro Demográfico, en aviones, en el carro. No creo que él requiriera silencio ni oscuridad; quería leche y ya. Por lo menos así funcionaba con mi hijo. Cada vez que me lo pegaba mientras todos estábamos en la mesa del comedor, las caras se transformaban. Claro que yo me tapaba, pero igual, para ellos eso era impensable. Lo mejor era cuando sacaba la chupa-tetas (la máquina para extraer leche), me tapaba, la conectaba y me sacaba el preciado líquido en cualquier lugar. Que conste que me sacaba la leche para que las personas pudieran darle la botella y cargarlo, porque si no, era verlo debajo de la “cortina” pegado a mí casi todo el tiempo.

Creo que le saqué par de úlceras a varias personas por allá, y dos o tres se llevaron tremendos “sustos” al verme lactar rodeada de gente.

No digo que una cosa esté bien y la otra no; son diferencias culturales que me parecen interesantes. Yo digo “allá ellos, que son alemanes, y se entienden”.

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26 de abril de 2013

 

 

 

 

 

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